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 encuentro con mi escritura

Soy puertorriqueña,  profesora de español, literatura y cultura caribeña y latinoamericana. Soy madre, educadora y activista, lo cual impulsa mi escritura creativa y profesional. Soy escritora, siempre en (trans)formación. Tengo una especialidad doctoral en las teorías de identidad cultural pancaribeña y la posmodernidad en la literatura ensayística y narrativa antillana del siglo XX.

Detuve mi desarrrollo en la escritura por casi una década, pero luego de retomarla en enero de 2020, hoy, respiro mejor. Este blog tiene la intención de lograr una meta establecida hace mucho tiempo. Manos a la obra.

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  • Writer's pictureDiana Grullón García

Apalabro imágenes


"Las cosas del pasado son vertiginosas como el espacio,

y su huella en la memoria es deficiente como las palabras:

descubría que uno recuerda".

Vidas Minúsculas, Pierre Michon



"Alice asks the White Rabbit, "How long is forever?"

The talking rabbit replies,

"Sometimes, just one second."

Alice in Wonderland, Lewis Carroll



III. Cerrando recorridos en Allegro



Rondo recovecos isleños del verano pasado con fotos y palabras que cuezo para que sean otra cosa. Escribo, a veces por escribir, por el solo hecho de dar movimientos divergentes a mi existencia. Otras, por simular que practico lo que estudié varias veces en algunas de mis clases de historia del arte y teoría literaria, sobre el arte por el arte, queriendo quizás así, desembarazarme de la responsabilidad que siento con las letras que acomodo, siempre urgentes por ser escritas y, en ocasiones, hasta dejo las lógicas a un lado. Sin dar vueltas, trazo palabras, pero únicamente surgen hiladas de lo dicho, de lo recorrido, de cosas y eventos que con certeza van desvaneciéndose frente al pasar del tiempo.


Centinelas de lo fugaz


Delineo al escribir las posibilidades que brotan de repeticiones, de lugares, de colores y sensaciones que solo son mías, pero que al compartirlas se hacen de los demás, y muy suyas. ¿Y si de la abstracción de las palabras cruzamos a lo tangencial de las imágenes fotográficas para luego volver a la palabra? Una vez más, tratando de lograr letras más sólidas, las que impulsan la misma acción de la lectura y escritura, de las ediciones y las estrecheces del pensamiento al creer en la perfección de las cosas cuando eso ni existe.


Dejando atrás ese viaje a Puerto Rico, que de alguna manera marca un antes y un después para mí, como sucede con cualquiera de uno de los tantos umbrales que cruzamos en la vida, lo enaltezco jugando con mis recuerdos que con vaguedad se recuestan de las tantas fotos que, mudas, buscan salir a la superficie. Juego entonces a darles voz y acomodo cronologías absurdas con categorías organizadoras de los muchos desconciertos de mi mente en cierto pulular para encontrar semillas caribeñas, palpando y palpitando identidades.




Formo entonces rompecabezas de lo que soy entre palabras e imágenes, en este ahora, tratando de cerrar ciclos de escrituras. Busco nuevas voces, solidifico lo dado y hecho, estructuro para dar vida por fin a narraciones que habitan en mí. Y mientras tanto, documento, restrinjo opiniones baldías, propongo encaminarme a lo desconocido a ver lo que sale.






Paralizados dejo estos remanentes de pensamientos y jugando a ser curadora de imágenes, que de lo contrario se quedarían sin ser vistas (si es que eso importa), acomodo con y sin sentido los retratos y las palabras. Trato de no privarlas de las volatilidades de otros ojos e ideas, si comoquiera, y a la larga, todo se hace nada y las nadas se deshacen para acumularse como sentencias olvidadas de los ciclos que vivimos.



Separo recuerdos por pedazos para trazar momentos ya una vez vividos meses antes. Otros, en intermitentes años. Tarea obligatoria o necesaria por querer ser fidedigna a la exploración de mis experiencias. Entretejo por eso mi presente y busco recuperar con el recurso fotográfico lo que vi y viví, y lo que ahora veo y vivo; detenerme ahí, tratar de salvaguardar algo de lo que fui, acercarme más a mis tangencialidades (si es que eso es posible).







En las fotografías que tomo se congelan mis ideas, la ilusión de frenar el tiempo, de conservar instantes irrecuperables, de contemplar paralelos con los variados presentes. Si retrato la naturaleza, por ejemplo, no detengo el viento que menea las hojas, ni sus colores que en cuestión de horas pueden cambiar.



El movimiento se hace inexistente, la brisa no mueve las ramas, el agua dibuja ondas, los carros dejan de conducir, las personas se detienen en raras pausas.








¿Acaso la realidad se disfraza de eternidades cuando se captan celajes de lo movido?





Tiempo y movimiento no pueden separarse.



Se encuentran en el otoño, en sus colores, en las hojas que caen, en los árboles que las sostienen y que quedan pareciendo muertos. Ilusos, no entendemos cuándo ocurren los eventos y las cosas, ni siquiera cuando creemos notar lo grandes que están nuestras hijas, vecinos y sobrinas o cómo envejecen nuestros padres, o aquellos que dejan de estar.


Escape otoñal.




Cada hoja en el suelo me recuerda la marcha del tiempo. Pero igual me advierten un parecerse, otra vez, al mismo paso que tomo cada año. No hay diferencias, es movimiento que a la vez es estático. En cada paso que voy encuentro centenares de hojas con miles de historias que veo, retrato, piso, olvido y ya, en un santiamén se hace invierno y el frío se apodera de todo. Nos obliga a la soledad intransigente, no hay acuerdo que valga, casas tibias pero vacías. Y, de una vida plena (¿y cómo es que yo puedo definir eso? ¿Plena quién? ¿o por qué y para qué? ¿cuándo? ¿cómo? ¿dónde?), escribo.



¿Qué nos distancia de las cosas,

de la gente, de los aromas, de las sensaciones, de las memorias?



Y La sutileza del tiempo que, sin más, se pinta en todo, en las manchas negras de los techos que chorrean su alud temporal, en su dibujo de desdén hacia lo que representan las estructuras que antes servían de andamiaje para facilitar la comunión social.




El tiempo no se tiene ni detiene, mas aun nos empeñemos en querer encapsularlo. Ya para decir lo que no se dijo, o para repetir y subrayar lo dicho; para aparentar estar mejor, hacer futuros, o recuperar pasados asomados de bienestares con sabor a remembranza. Se quiere éste para lucir o deslucir, fingir, refutar, estudiar, soñar y escribir.




Hay agilidades que se adquieren y que, a pesar de estas, a veces dificultan llevar a cabo la consecución de lo propuesto. Ver, contemplar y no hacer. Pensar, divagar y no moverse. Tener ideas y luego desecharlas.


Huir.


Y en esas, he estado en estos meses entre hacer y deshacer mi escritura, entre emprender proyectos nuevos (o no), mirando caminos ya construidos y decidiendo cuáles son los que faltan.






A veces mis días lucen como fotos en mi realidad. Estáticos pasan las horas, minutos y segundos, y de momento siento que no sucede nada. “Así pudieran desfilar años”, divago y me asusta. El cerebro en ocasiones quiere tomar pausa, no quiere lidiar con tanto. ¿Pero y qué hacer cuando detenerse no es factible? No regresa un motor impulsor más allá de ideas huecas, frases vacías, ganas infecundas, virtualidades sin caricias humanas, informalidades del ser. Nuestro presente se estruja de carencias de empatías, de señalamientos irreverentes, de quejidos sin propósito o de disculpas nunca recibidas, aunque ni siquiera se necesiten. Lo que falta también habla.





Crónicas que se vuelven nimias si se quedan sin nuevas miradas, si no se cuentan.

Se cancelan con los silencios y, de fondo, no cesa el verano que se mueve y muere cada año al ritmo de Vivaldi, cuando llega al otoño buscando calor, antes de ese nuevo y repetitivo final que alude al frío de la siguiente estación que se avecina.

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