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 encuentro con mi escritura

Soy puertorriqueña,  profesora de español, literatura y cultura caribeña y latinoamericana. Soy madre, educadora y activista, lo cual impulsa mi escritura creativa y profesional. Soy escritora, siempre en (trans)formación. Tengo una especialidad doctoral en las teorías de identidad cultural pancaribeña y la posmodernidad en la literatura ensayística y narrativa antillana del siglo XX.

Detuve mi desarrrollo en la escritura por casi una década, pero luego de retomarla en enero de 2020, hoy, respiro mejor. Este blog tiene la intención de lograr una meta establecida hace mucho tiempo. Manos a la obra.

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Musito efemérides

  • Writer: Diana Grullón García
    Diana Grullón García
  • Sep 4, 2021
  • 7 min read

Updated: Sep 12, 2021


Parte II: Entre centros y plazas



"Al artista puertorriqueño lo mueve una doble pasión:

por un lado, el viaje imaginario y real,

los desvíos y las fugas por lugares imprevistos;

y por otro, los interiores más estables y litúrgicos,

los lugares de la memoria".

(Díaz Quiñones 79)


Entre los tantos planes que quería llevar a cabo este pasado verano durante mi estadía en Puerto Rico, incluía visitar la mayoría de los centros de los pueblos que fuese posible. No fueron muchos. No obstante, pasar por las plazas, bajarme a retratarlas, oler el ambiente, mirar la poca gente que camina a su alrededor, sentir el sol, tomar apuntes visuales, fotográficos, todo esto, me permitió ponerlo en el relicario deforme al que le llamamos memoria.


Cierto es que la fotografía ha sido un avance para la humanidad, nos ayuda a entender y a apreciar el pasado de una manera más contundente, a estudiarlo, a vivirlo. Pero antes de existir tal avance tecnológico, ya la literatura nos regalaba, a través de inimaginables descripciones, detalladas imágenes que sólo existen en nuestra imaginación y a nuestro gusto. Un mismo texto es leído por sus lectores de distintas y particulares maneras; los lugares también. Son espejismos creados para que, intactos en el tiempo, circulen en un eterno construirse y reconstruirse, leyendo. Con esto, las continuas interpretaciones de las palabras, o bien sucede igual con las minucias arquitectónicas, que aspiran a "retratar" y que brindan sinfín de ideas, según cada persona observa, y nos adentramos al juego estético al que somos invitados. Otras imágenes existen que, a lo largo de distintas formas artísticas, podemos apreciar lo de tener al menos representaciones un poco más certeras de lo que algo alguna vez fue: un sitio, un edificio, unos restos, una melodía, las personas y sus actitudes; así, mucho de lo que hoy sabemos ha sido tomado y validado a partir de la palabra escrita.



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Orocovis, Puerto Rico


Escribo para retratar o retrato para escribir, da lo mismo; una retroalimentación que intento practicar, ya por miedo a que esas imágenes virtuales, las de mi mente o las de mi iPhone se esfumen por sus intangibles formas de ser, o por no querer correr el riesgo de quedarme desprovista del pretencioso archivo que escondo y ausculto en mis memorias.



Cuando escribimos para nosotros mismos, sin pensar en un destinatario en específico, se siente la libertad de estar en privado. El grado en el que uno se explaya depende de la certidumbre o la falta de ésta, de cuántas personas leerán la osadía de mi libertinaje apalabrado con las letras acomodadas para expresar un develarme a los demás. A veces sin embargo solemos ponernos frenos, por eso de no enfrentar la veracidad de las cosas, de lo que se nos avecina al teclear los dedos, al permitirle fluir al cerebro, plagado de extraordinaria subjetividad, y triunfante, de que no siempre tiene que ser lo que uno escribe algo que importe. Ir a pasear a otros linderos abstractos donde las emociones tomen el control y se acomoden para embellecer, sin temor a caer en el sinsentido o en el malabarismo inquieto de la literatura pujante y descriptiva para concretarse.


Escribimos, y apenas nos preguntamos para quiénes lo hacemos. Creo que nunca existirá una única respuesta. No se hace con los mismos propósitos. No siempre se lleva a cabo porque queremos, pero todas y cada una de las ocasiones en las que lo hacemos, sale desde adentro, de lo que al final dictan los impulsos que predominan o el intelecto; para pretender las palabras ser más de lo que dicen, y para que lo sean: más que bordes, esquinas, cruces y fronteras, márgenes, incapacidades, traslación en estarse y estar, en ser o serse, en fluirse y fluir, dejar de ser y, simultáneamente, pluralizarse.

Pesadillas, a veces.




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Hay un péndulo agigantado en mis pensamientos, de ideas aleatorias, giratorias y perdidas, que caprichoso regresa a un cuadrángulo que se pavonea de circular. Por eso el quizás de mis paseos a los ejes citadinos, pueblerinos, incrustados de olvidada historia en las paredes manchadas de los circundantes locales vacíos que nos muestran que a la economía no le interesa para nada lo que nos puedan contar esos muros. Igual se escabullen leyendas que, sin ser relatadas, siguen desarmando rompecabezas inconclusos de nuestra historia, detrás de las más recientes pinturas de las paredes de las edificaciones echadas a perder y que, aun descascarándose, ocultan de todos modos sus iniciales colores. Son muchas capas y demasiado el olvido. Se nos dificulta entender esos contextos escondidos que, al mismo son del tiempo, nos sobreocupan más las artimañas que debemos desarrollar para saber cómo sobrevivir en la sociedad que cómo los edificios sucumben al descuido del supuesto bien público.

Por supuesto.

Nos olvidamos, o no se nos enseña a admirar las capacidades estéticas del ingenio humano, a crear conexiones que resulten de nuestra imprudencia inquisitiva.


Senderos de crecimiento. Subsistir, tal cual seres sociales.




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En cada una de las plazas de los pueblos que visité, me imaginaba sus inicios. Centro de fiestas, del carnaval, por lo tanto, de la ironía. Lugares repletos de gente paseándose por sus aceras, el cuchicheo de las aglomeraciones de los jóvenes y, de los más adultos; de personas sentadas en las orillas de las esculturas o de parejas sintiendo en las yemas de sus dedos el agua que corría en los movimientos predecibles en los confines de las fuentes; el aluvión de gotas que cae, su ruido avistado por las señoras, que al unísono se contaban las últimas noticias del barrio en los banquillos oscurecidos por el rastro que les quedaba por estar ubicados debajo de la arboleda. Imaginaba a los niños que, al correr, gritaban felices sin percatarse de los malestares de la sociedad, los que eventualmente les rodearían en este presente. Cómo debe dolerles a nuestros viejos ver esas plazas vacías, lugares abandonados, ventanas llenas de paneles de madera que se pudren porque ya no aguantan más ni son el sostén de la historia; o como nos cuenta el edificio de la fachada multicolor a medio ennegrecer, que amenaza contra el esplendor geométrico del friso que me cautivó en una de las esquinas cerca de la plaza de Cayey.



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Cayey, Puerto Rico



“La vida insular organizaba su vida dentro del contexto de sus propias rutinas. Casi nadie vivía en los pueblos. Los estancieros y hateros acudían allí los domingos y días de fiesta mayores, pero regresaban prontamente a sus bohíos o casas de madera en el campo. Algunas familias acomodadas, como en San Germán, tenían días entre ambos lugares” (Picó 122-3).



Ponce, Bayamón, Santa Isabel y Aibonito, Puerto Rico.


Recuerdo que mi mamá siempre me decía que cuando era pequeña, su padre, es decir, mi abuelo, llevaba a sus hijos y vecinos del barrio San Salvador en una guagua escolar a la feria ubicada alrededor del centro de Caguas. Siempre que voy a la plaza de mi pueblo recuerdo ese cuento que mami tanto me repetía. No dudo que su memoria lo traiga a colación unas cuantas veces más en su vida. Y yo, gustosa, escucharé las ocasiones que sean necesarias, por eso de seguir armando las historias; y para que no se olviden. Ese era el día para hacer galas del mejor vestido. Los hombres se agrupaban al pie de los autobuses con cervezas en mano. Otros jugaban dominó y, los más jóvenes, acicalados, apostaban por medidas de coquetería vacilante, para enamorar a las muchachas de los barrios aledaños que, de otra forma, jamás se conocerían. Sitios de encuentros que vamos perdiendo. Todavía hoy aparecen, como celajes, uno que otro grupo de jugadores de dominó en las plazas de varios pueblos de Puerto Rico. Los vi en Cidra, en San Sebastián, en Lares y Guayama.


¡Qué dicha escucharlos, qué pena que se nos esfuman!



Las plazas,

las trato de idear en sus inicios,

con sus propósitos políticos para las colonias españolas,

y todos esos datos que ya muchos sabemos:

sobre la importancia de la representación del catolicismo con sus iglesias,

como centros y bases

frente a esos cuadrados rectángulares,

acompañadas,

como agarraditos de la mano,

del poder político hecho figura en las alcaldías.

Ambos, centros de abusos a lo largo del tiempo, pero igual,

lugar del llamado a la acción social,

a la vida cívica y civil;

a la lucha.



Yauco, Trujillo Alto, Ponce y Comerío, Puerto Rico.



Sentí la piel de gallina cuando caí en cuenta que mis pies pisaban el mismo sitio en donde los revolucionarios, que tanto he estudiado y enseñado, pusieron los suyos. La plaza de Lares resultó más encantadora de lo que recordaba. Me aturdí un poco, entre tratar de acordarme cuándo había sido la última vez que había visitado ese lugar, y en tener la sensación de ser la primera vez que había estado allí. Había un grupo de lareños o residentes del pueblo que se encontraba debajo de una carpa blanca montada para una actividad que se realizaría en los próximos días. Estos musitaban palabras beligerantes, pero que luego aclaramos lo que estaba sucediendo: vimos a un hombre discutiéndoles en la otra esquina. Nosotras –una de mis mejores amigas, Raquel, sus dos hijas, mi hija y yo– estábamos muy entusiasmadas con el mosaico del mapa de la isla en el suelo, y con la bandera del pueblo que sirve de base al reconocimiento escultórico a Betances, así que, no le dimos demasiada importancia al posible altercado que se desarrollaba cerca nuestro. Nos fuimos luego a comer los helados tradicionales, ya reconocidos por la mayoría de los boricuas en la isla y fuera de ésta.

Ir a la plaza de Lares y no degustarlos es casi absurdo.


Lares, Puerto Rico


Otra cosa que también notaba era cuánta atención, o falta de esta, se le está prestando a la conservación de estos centros urbanos, algunos de posible vitalidad para la subsistencia social y económica del pueblo. Unos han quedado relegados al olvido o a medio reconstruir, como si hubiesen querido renovarle la dignidad política a algún alcalde inconsciente al que parece no importarle la preponderancia de mostrar su ciudad con decoro.



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San Sebastián, Puerto Rico



Cuando observo edificios, como uno de mis bachilleratos, o bien licenciaturas, es en historia del arte, recuerdo elementos arquitectónicos que había estudiado en clase y que, aunque ya he olvidado algunos, me lleva a la quizás mala costumbre de prestarle demasiada atención a los detalles. Tildada de loca yo, tal vez, que por querer captar efemérides, imperceptibles para los demás, daba pasos metódicos para observar de cerca alguna voluta de un capitel en una columna de un edificio construido hace no sé cuánto tiempo. Y ahí, en eso me perdía cada vez que me bajaba del carro y caminaba, contenta, con mi teléfono en mano, para avistarlas, escondidas en esquinas de edificios, en fachadas, en frisos, o en simples bases de cemento para los árboles y, dentro de las plazas, desfilándose lo calizo para que la naturaleza se pavoneé, pero a su acomodo razonable, buscando imitar abaratadamente la arquitectura de esos petulantes jardines que estaban de moda mandados a hacer por la monarquía francesa del siglo XVII.


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Guayama, Puerto Rico.



Pero en fin, boricua, antillana, con cámara en mano, paseando y redescubriendo la isla, buscaba darle sentido a mis visitas escuetas, por aquello de querer palpar centros llenos de historias olvidadas y perdidas en la espera de ser redescubiertas.




Trabajos citados:


Díaz Quiñones, Arcadio. "De cómo y cuándo bregar." El arte de Bregar. San Juan, Ediciones Callejón, 2003.

Picó, Fernando. Historia general de Puerto Rico. San Juan, Ediciones huracán, 2008.



 
 
 

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