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 encuentro con mi escritura

Soy puertorriqueña,  profesora de español, literatura y cultura caribeña y latinoamericana. Soy madre, educadora y activista, lo cual impulsa mi escritura creativa y profesional. Soy escritora, siempre en (trans)formación. Tengo una especialidad doctoral en las teorías de identidad cultural pancaribeña y la posmodernidad en la literatura ensayística y narrativa antillana del siglo XX.

Detuve mi desarrrollo en la escritura por casi una década, pero luego de retomarla en enero de 2020, hoy, respiro mejor. Este blog tiene la intención de lograr una meta establecida hace mucho tiempo. Manos a la obra.

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  • Writer's pictureDiana Grullón García

Hoy fluyo y soy

Updated: May 12, 2021


No nos podemos bañar dos veces en el mismo río

Heráclito



¿En qué momento de nuestra vida creamos consciencia de nuestra primera identidad? ¿Notamos cuando llegan otras identidades y se hacen parte de quienes somos antes de ni siquiera saber cómo ser o hacer lo que somos y lo que seremos?




Cuando hablo en español, mi primera lengua, he notado que tengo un canta’ito que no tenía antes, así como illinoyense-puertorriqueño, salpicado de expresiones mexicanoamericanas o cubanas, por los ocho años y medio que viví en Miami y por los veranos que he pasado en Cuba hace ya unos pocos años. Un popurrí de acentos viene a formarse en mi pronunciar y mis frases, en éste, mi inicial idioma, y se entremezclan con términos en inglés cuando no encuentro vocablos equivalentes o similares en español. Las consecuencias de las interacciones que tengo no sólo dictan mis palabras sino la persona en la que me maleo cada vez que me pienso y me observo. Esculcar los detalles de en lo que me he venido convirtiendo ha sido una tarea difícil pero necesaria para entender muchas maneras en las que soy, pero también otras en las que, no ser de una forma o de otra muestra con mayor entereza el ser que siente mi piel y que ve a través de mis ojos lo que me rodea, la que interactúa desde la transparencia para el mundo que me acoge y no para quien no esté preparado para ello.



También hay momentos en que dejamos ciertas identidades abandonadas y otras que las escogemos adrede o al azar, para derrumbar barreras que a veces una misma construye. Nuestras identidades quizás nos protegen y en ocasiones nos delatan y sucumban en los instantes más duros, contrariados de malestares que revuelcan pasados que suponíamos estáticos pero que tienen mayor fluir que las corrientes sigilosas de los manantiales que son las únicas capaces de hacer posible su ulterior llegada al mar, a la vastedad que finalmente es capaz de darnos a nosotros mismos lo que somos, como el agua, y a la vez darlo al mundo.



Amanecer illinoyense en primavera



Vivir en este país me ha llevado a adquirir identidades que no hubiese imaginado las tendría. Existimos en constantes procesos en los que nos transformamos cada vez que enfrentamos situaciones, sobre todo las no esperadas. Pero nos trasmutamos por las que sospechamos a priori también. Hay ahoras que llegan cuando sabes que será así, cuando se juguetea con la idea de si aquello sucederá o si lo otro sucumbirá a esas entrañas del olvido en los recovecos con los cachivaches que se acumulan en el ático. Y te tientas ahí a revolverte y a encontrarte en lo que no sirve, hasta que lo reconocemos o, a veces, nos ayudan a hacerlo los silencios o palabras vacías.


Estamos hechos igual de esos instantes que nos ubican frente a seres que nos recuerdan quienes somos.


Somos piel.


Recuerdo que cuando era pequeña pensaba que me veía sucia. Miraba a mis hermanos y a algunos compañeros y compañeras de clases, y su color de piel no era como la mía, tostadita con el sol de Luquillo cuando tenía 11 años.


Y abril, abriendo el calor me dio oportunidades efímeras que he tenido con el sol caliente, he sonreído por que mi piel recupera un poco la pigmentación que me gusta, otra vez. Vivir en el medio oeste me regala una palidez que no recibo con agrado. Pero dentro de la piel, a todos nos ocurren confusos pantanos de pensamientos que nos agobian con constancias. En ocasiones optamos por ignorarlos, otras, por arrancarlos de raíz y, efímeras veces, se decide tomar el control. A veces significa manifestarnos como el ser vivo que somos en las circunstancias en las que las turbulencias allegan. Si se hacen nuestras y nos habitan, nos cambian, las detenemos o las hacemos propias, evolucionamos a eso que podríamos estar determinados a ser o lo que ya somos y que, al aquejarnos, el ambiente y quienes nos rodean, nos atrasan y nos arrastran, convirtiéndose en turbulencias en sí mismas, de las insoportables y que desatan la supremacía de lo propio, la de la lucha o supervivencia por ser ágil. ¿Será?



Caguas, Puerto Rico



Cual habitantes en corrientes efusivas o no, invariables, que nos arrastran, tras caminos que se achican y se ensanchan sin haberse predicho o sin las señales haber sido vistas o preferir no reconocerlas, pero así, cual marcha eterna de nuestro ecosistema y de lo que somos como vivos en corrientes, en tiempos, en espacios, en los cuándos, cuando nos tratamos de agarrar de lo inagarrable, en donde confundimos lo ajeno con lo propio, o viceversa.



Leí hace poco que los disturbios constantes ayudan a desarrollar dinámicas de equilibrio en los organismos (Huston, 1979). Es el acostumbrarse.


Primavera en Illinois



Hay instantes reveladores en donde regresamos en el tiempo, como decir que desde hace un año lo había notado y no se hizo nada al respecto. Como otros en que nos rendimos y soltamos los brazos sin buscar más explicación. Como cuando amistades llenan espacios que desarrollan los florecimientos del alma.



Observo el sol cambiante del medio oeste estadounidense todas las tardes y algunas mañanas, en particular las de los inviernos que trato de ignorar por evitar recordar el frío. Pero ahora, en la primavera que pomposa pero discreta se asoma sensible para recuperar lo que parecía perdido, desde mis soledades, algunas compartidas y otras en mis entrañas, descubro encantos nuevos en lo que me rodea y en las, quizás, ventajas que aparezcan por estar aquí, en este lugar tan lejos de lo que soy o de lo que era, pero tan cerca de lo que estoy siendo, de lo que pienso y en lo que me convierto.



Orocovis, Puerto Rico


Añoro mi Caribe en cada instante. Es mi permanente vestidura, de la que no me puedo despojar, de la que no quiero limpiarme sino absorber, de la que se impregna más allá de lo concreto. Pero mi Caribe sigue aquí conmigo, aunque se paseen las estaciones del año con sus colores por mis ventanas y las temperaturas varíen los palpares de mi acostumbrada epidermis. El Caribe lo llevo adentro, lo expreso, lo vivo, lo divulgo. El Caribe soy pero no en aguas de mares, sino en las de los ríos que impulsan con sus acostumbradas turbulencias todo lo necesario para que el resto del ecosistema fluya.


Soy.






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