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 encuentro con mi escritura

Soy puertorriqueña,  profesora de español, literatura y cultura caribeña y latinoamericana. Soy madre, educadora y activista, lo cual impulsa mi escritura creativa y profesional. Soy escritora, siempre en (trans)formación. Tengo una especialidad doctoral en las teorías de identidad cultural pancaribeña y la posmodernidad en la literatura ensayística y narrativa antillana del siglo XX.

Detuve mi desarrrollo en la escritura por casi una década, pero luego de retomarla en enero de 2020, hoy, respiro mejor. Este blog tiene la intención de lograr una meta establecida hace mucho tiempo. Manos a la obra.

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  • Writer's pictureDiana Grullón García

Intersticio de dos tiempos y la cultura

Updated: Nov 15, 2020

I. fugacidad

En este pueblo en el medio de las grandes planicies del centro estadounidense he entendido mejor lo que es el concepto de cultura. Sabernos y observarnos diferentes nos lleva a una travesía de entendimientos, frustraciones y reafirmaciones que a larga quizás valga la pena ahondar en ello un poco.



Lo minúsculo de este lugar se subraya ante lo agigantado de las llanuras que se extienden cual si fueran infinitas hacia el horizonte. Los sembradíos de maíz me injertan en paisajes que vaticinan soledades, vacíos de la gente, repletos por doquier de una naturaleza que es extraña a mis ojos, a mi olfato, a mi piel. Tan largos y secos esos inviernos que me hacen hurgar el trópico anidado en mí, para quedarme allí, enrollada, esperando a que llegue la primavera.


No voy a indicar que todo acá me hace añorar ese calorcito caribeño, si digo eso me quedo en medias verdades.



Una de las cosas que más disfruto son esas efímeras semanas que nos regala el otoño en el que los colores hacen fiesta para pavonearse ante lo que puedan captar los ojos. La primera vez que viví un otoño por acá, en el medio oeste, quedé deslumbrada por los matices que las hojas eran capaces de producir. Amarillos tan amarillos que son luces, rojos tan rojos o tan marrones, que compiten con las flores que ya mudadas del verano comienzan a secarse, y otros tonos que al conducir o al caminar vislumbro por las calles o al echar un vistazo por mis ventanas cuando disfruto los árboles que rodean la vista alrededor de la casa.



El otoño se engalana pomposo, arriba, haciendo mover las hojas coloreadas por el frío que se acerca, para luego dejarlas caer al suelo por la caricia del viento, y un espectáculo visual se crea y con afán me alegro. Quienes han tenido la oportunidad de presenciar el otoño en persona saben a lo que me refiero. No se vale haberlo visto en fotografías o a través de la pantalla del televisor o la computadora, nunca la cámara fotográfica o audiovisual sería capaz de captar lo que puede el ojo humano. Y así, con el avisar discreto de la brisa que me dice que el invierno adviene sin reparo, los pigmentos otoñales me embalsaman con su belleza por un efímero lapso de cada año.




Hay inflexiones cromáticas de las cuales me percato y reconozco nunca haberlas percibido.


II. cultura



Otra cosa que podría decir que me agrada de este pueblo es alguna de su gente y creo que se debe a que se trata de un lugar pequeño. Las personas, de primera impresión, suelen mostrarse muy simpáticas. Esa fue la opinión inicial que tuve cuando me mudé en esta parte de Illinois. Fue algo distinto para mí cuando vivía en Miami, más allá de lo obvio de la diversidad del sur de la Florida, la gente no se distingue por ser cordial. Claro, esto es, más bien, una generalización de mi parte, no necesariamente cierta para todos y todas. La cuestión es que, sin poner demasiado ímpetu en esa simpatía de la que hablaba, me parece que describe bastante fiel el carácter de los habitantes de esta pradera illinoyense.


Eso fue algo muy grato. Ese elemento cultural de esta área llamaba mi atención, ya que la cordialidad de los habitantes rurales del medio oeste era algo que no conocía. Sin embargo, sabemos que la cultura es más complicada que eso, y así, supe luego que otras realidades juegan roles importantes en el carácter de la gente de aquí. Para muchos de mis colegas esto es evidente, la mayoría no es de este lugar, y en algunas conversaciones se resalta cómo a pesar de la aparente simpatía de los habitantes del sitio también se esconde una sociedad conservadora, en el sentido del desconocimiento a lo ajeno. Por ejemplo, he tenido estudiantes de pueblitos rurales, de no más de cien habitantes, que nunca han visto a una persona negra o hispanoamericana en su vida, solo en películas o en la televisión, hasta que llegan a la universidad cuando ven variedades étnicas, aunque la existiencia de esa diversidad sea mínima. Hay una brecha muy amplia entre su(s) realidad(es) y, en este particular caso, las de la aquí sí minoría.


Para dar una idea concreta de esta ambigüedad, las pocas veces que voy a Walmart, yo diría una vez cada dos meses, tengo encuentros que ponen de relieve lo que estoy tratando de describir. Entre las góndolas, con mi lista en mano, ya sabiendo exactamente en dónde están cada uno de los productos que busco, las miradas de la gente me increpan y de inmediato responden que soy distinta a ellos. La cajera, no obstante, se desborda en simpatía, y no porque sea parte del servicio al cliente, sino porque es esa cordialidad la que distingue a las personas de esta región. Estoy segura de que no todo el mundo es de esta manera pero, en general, es una forma bastante fidedigna de describir el comportamiento cultural de la zona. Esto me parece positivo, pues, algo que puedo asegurar es que el servicio que recibo en los negocios, el noventa y nueve por ciento de las veces, es de un trato de extrema cordialidad de parte de los empleados.



En intercambios tan sencillos como estos, así como en otros más complicados, nos conocemos a nosotros mismos, ya por analizar las situaciones de una manera crítica, ya por mirar cómo reaccionamos ante los ademanes culturales de los demás, ya por simplemente dejarnos ser en esos instantes que no queremos moderar nuestras particularidades.






Cuando llegué a este lugar, entonces, las experiencias se plagaron de efemérides amables, en cuanto al carácter de esos habitantes, que luego se han convertido en inquietudes y cuestionamientos de miradas o gestos. No que sea algo malo, ni que sea algo que me afecte, pero sí es un detalle que es fácil de notar al momento en que uno llega; no la simpatía, sino que, lo que se esconde detrás de eso, es otra cosa. No me refiero solamente a la gente de este pueblo, sino a los seres humanos de modo más abarcador. Es decir, la cultura tiene esa peculiaridad de contener en sí capas de sabiduría, pero también del dolor de un pueblo o de la enajenación de otros, pero, al fin, de estratos profundos de nuestras intrincadas realidades en distintos ambientes, de cómo accionamos o reaccionamos ante el día a día, ante lo que nos confronta.




Hay inflexiones de las cuales me percato y reconozco nunca haberlas percibido; sean miradas, sonrisas, brisas o colores, LLEGADAS, costumbres y, entre todo eso, lo que somos, develado en lo que sentimos en medio de este caos que sigilosamente se va transformando en la tregua de la costumbre.



*El presente escrito está incompleto. La próxima parte será publicada en noviembre, 2020.

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