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 encuentro con mi escritura

Soy puertorriqueña,  profesora de español, literatura y cultura caribeña y latinoamericana. Soy madre, educadora y activista, lo cual impulsa mi escritura creativa y profesional. Soy escritora, siempre en (trans)formación. Tengo una especialidad doctoral en las teorías de identidad cultural pancaribeña y la posmodernidad en la literatura ensayística y narrativa antillana del siglo XX.

Detuve mi desarrrollo en la escritura por casi una década, pero luego de retomarla en enero de 2020, hoy, respiro mejor. Este blog tiene la intención de lograr una meta establecida hace mucho tiempo. Manos a la obra.

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  • Writer's pictureDiana Grullón García

Los bullires de avatares antillanos

Updated: Jun 19, 2021


“El ático se inunda de resplandores”.

La muerte feliz de William Carlos Williams



“Levanten la Mesa. Levanten la Mesa

la muerte no es muda e inútil.

Ahora vuestros problemas acabaron

y el mundo está desconectado de vuestros hombros

ayudad a aquellos que dejasteis atrás

procurando financiar la paz mental”.

“Obituario puertorriqueño”,


Llevo varios años estudiando el tema de la identidad cultural. La integro y enseño en mis clases con la intención de fomentar la creación de conciencia acerca de las diversidades culturales. En mis grupos de estudiantes hispanoparlantes, con proyectos y tareas exploran sus identidades culturales e individuales, llevando a cabo ejercicios de reflexión a través de la escritura como método primordial que le provee al alumno información a partir de sus memorias particulares. Es un proceso introspectivo que incita al pensamiento crítico para insertar lo individual en lo plural para el entendimiento de las innumerables culturas y sociedades (al menos, quizás, de manera ideal).


De ahí que el pasado año haya tomado la decisión de envolverme en ese mismo proceso por el que pasan mis estudiantes. Una de las cosas en las que he estado escribiendo el pasado año, y que coincide con la tumultuosa pandemia (no que aún estemos librada de ella), han sido las crónicas, a modo de reflexión, que he estado publicando en mi blog. Esto, ya como manera de explorar mi creatividad con la finalidad de exponerla a la lectura y crítica de otros; ya para crear conciencia cultural, social o la que fuese, con tal de conectar, estar o sólo decir, salir del espacio auto restringido en el que me había metido cuando llegué a este pedazo de mundo en el mundo que no es el Caribe.





Viví hasta los 26 años en Puerto Rico. Me tomó más de lo común terminar mi doble bachillerato o licenciatura. La vida riopiedrense de Santa Rita trajo consigo muchas cosas en las qué ocuparme; de ahí que entrara a la yupi (UPRRP) en el noventa y ocho y terminara en diciembre de 2006. No es un secreto para muchos que, en ese trayecto, se añade un año de suspensión académica en la que me fui a tomar un curso de Data Entry en EDP College en Santurce. Sin entrar en muchos más detalles, ya graduada de Literatura Comparada e Historia del Arte de la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras, el 1 de enero de 2007, con aceptación al programa de maestría en Literatura latinoamericana en la Universidad Internacional de la Florida, me montaba en un avión sola y con el corazón lleno de sueños, segura de que regresaría. Y aunque aún siento similar convicción, me la aniquila diariamente el gobierno y la desidia hacia mi gente.


Ya hacía como una semana que mi hija se había ido con su padre a Boynton Beach en el sur de la Florida en donde él vivía. Había viajado a Puerto Rico a buscarla, de esa forma podría completar yo las cosas para la mudanza lo más pronto posible. Así que, en el aeropuerto, por un lado, en este país me esperaba mi hija con sus casi dos años de edad y, del otro, del mismo lado desde donde salía, jamás imaginaba que nunca ese sentimiento iba a abandonarme; que nunca dejaría de querer estar allí de regreso en mi isla. Comencé mi trabajo como asistente de enseñanza (Teaching Assistantship) el 2 de enero de 2007 y mis clases iniciaban al siguiente día. No hubo tiempo para extrañar a mi familia o a mis amigos, la energía estaba dirigida a estar alerta, a aprovechar la ocasión para la que vine, que no necesariamente se relacionaba del todo con mis estudios, y a soportar lo que fuese; a construir el futuro en el que estoy parada hoy.



Y luego de destinos y decisiones inmediatas, de revolveres y revolverse, luego de retornos, de estados eufóricos por sentir afinidades que se esfumaron como todo lo que se desvanece, lo que se arremolina en la corriente de las experiencias; las que se avecinan a la par con las que se van. Años de verdades en nuestras caras, de repensar nuestras posturas, nuestras intensidades y en los dóndes o en el cuándo ponemos nuestros acentos a las cosas que nos pasan. Y siempre estamos subrayando lo perecedero como permanente, en la idiotez ilusoria, soñadora, a la que nos obliga nuestra naturaleza humana.



No nos detenemos, fluimos con la corriente y quizás contra ésta, a veces conveniente, otras no. Al final desembocamos en lo mismo, cuando nos encontramos perdidos, incluso sin saber si lo estamos, en ocasiones a solas o a tientas, acompañada, virtual o invirtual, de modo imaginario y con estrépito.



¿Qué soy entonces, dices?

Dicen la palabra diáspora y no me siento eso.

Apalabran puertorriqueña y, algunos que habitan la isla, no me sienten eso.

¿Acaso estar catorce años fuera me obliga al destierro y al desprendimiento de mis emociones?

Dicen Latinx, pero eso no me nombra del todo.

A veces, sí.

¿Latina igualmente?

A veces, no.

Apalabran hispana y, algunos, (quienes sean) no sienten eso.

No nos sienten eso, a nosotros, a esta comunidad que casi se vuelve ficticia, a la que con equívoco continúan tachando de homogénea.

¿Acaso en plena segunda década del siglo corriente no es evidente aún que somos la heterogeneidad?



Estoy acá en este país que no es mío, porque vivo, porque enfrento mis decisiones, porque tomé rumbos que, aunque no deseaba, posibilitaban un poquito de paz al alma que quería, desde niña, prepararse; desde pequeña, aprender, saber, entender, enfrentar. Todavía me pregunto qué quería concebir la niña Diana puertorriqueña, mitad dominicana de parte de un padre al que apenas conocí. Mis memorias con él, las que sean que conservo, siguen vivaz aquí.



Sé que quería entender desde tan corta edad, las tantas cosas que intuía: soledades, apoyos, vacíos, bondades, presencias, violencias, siendo o no en el seno del hogar o en el corazón de un aula escolar, en sus hervores cocinando la realidad que tenemos hoy, desde nuestros propios microcosmos y que se vislumbra en nuestro Puerto Rico. El que sufro hoy por notar el desamparo craso del gobierno: el de afuera, colonial, y el de adentro, colonizado, confundido y sin voluntad de política pública por un bien real y apartidario. Deshacerse de lo estipulado, salir de ahí gritando, no del territorio físico, sino de la corrupción, del engaño, del atraparte con las turbulencias que no son para las que estamos preparados; esas que hay que desenmarañar y no sólo darles frente de manera superficial. Y las estructuras en nuestro alrededor se desmoronan en añicos casi pulverizados, inconsistentes, irreverentes.

Podridos.


Y en esa podredumbre de los resultados de las políticas coloniales que hemos venido arrastrando en estas tierras a las que llamaron americanas, de dinámicas centrífugas y centrípetas (como Benítez Rojo decía), inclementes y sin descanso y en oposición a nuestras (quiero creer) siempre ganas de vivir y reñir contra el abuso de poder. Nuestra sangre negra circula por nuestras venas y se nos hace instinto de lucha. Y hoy seguimos aquí, unos contra otros, burbujas explotando, otras formando capas más sólidas, y ninguna apta aún para, al unísono, concertar la lucha contra el Matrix que nos aniquila, a pesar de los burbujeos formados y que a muchos nos han servido como un modo automático de supervivencia.


Las formas coloniales se han transfigurado y disfrazado de democracia, al punto de hacer creerles a muchos que la justicia impera en un mundo donde eso es cierto sólo para unos cuantos y, quienes defienden que sea de esa forma, son los que quedan fuera de esos márgenes para los que ésta funciona. Así de útil ha sido la labor colonizadora. Aquella que abusó, violó y manipuló formas de vida contra los habitantes indígenas que coexistían en comunión y beligerancia haciendo cultura en las islas antillanas. Así de útil ha sido la labor colonizadora. Aquella que cercenó de raíz los diversos habitantes africanos que fueron atrapados, separados de los suyos, obligados a una travesía asqueante y que escindía toda nuestra raza, que nos atornillaba, nos encadenaba y, para los “sobreviventes”, ahora con el océano a sus espaldas, nuevamente separados de quienes vivieron el recorrido juntos; el dolor físico se hacía gradualmente imperceptible, pero estaba el daño ahí incrustado ya, para quedarse, duro, fuerte, constante, ya paulatino del suplicio de la separación de los suyos, allá en sus tierras; acá en la nuestra. Es un cruel paso a una dimensión sin regreso que se nos impuso en la historia, que aún la humanidad lo estamos sufriendo, que todavía descaradamente se niega.




Somos turbulencia.


Rotamos, nos arremolinamos, bullimos, sin eso no somos nada, sin eso ya hace rato nos hubieran aniquilado o qué peor que sometidos a la dura mentira en la que existen muchos pueblos.


¡Caretas cayéndose ya!


Pandemia develadora y cegadora.

Momentum o masa por velocidad.


¿Qué hacemos?


Yo, escribo Caribe y soy.


Vivo en Illinois. No me hace menos puertorriqueña,

al contrario.

No me hace menos caribeña.

Tal vez, un poquito más.

No me hace menos antillana.

No tengo dudas.


¿Qué hacemos?

¿Nos siguen llamando menos por estar acá?

No soy exilio. No soy diáspora.


Soy es una palabra muy corta para mis avatares antillanos decirme y procurarme.

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