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 encuentro con mi escritura

Soy puertorriqueña,  profesora de español, literatura y cultura caribeña y latinoamericana. Soy madre, educadora y activista, lo cual impulsa mi escritura creativa y profesional. Soy escritora, siempre en (trans)formación. Tengo una especialidad doctoral en las teorías de identidad cultural pancaribeña y la posmodernidad en la literatura ensayística y narrativa antillana del siglo XX.

Detuve mi desarrrollo en la escritura por casi una década, pero luego de retomarla en enero de 2020, hoy, respiro mejor. Este blog tiene la intención de lograr una meta establecida hace mucho tiempo. Manos a la obra.

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  • Writer's pictureDiana Grullón García

Trazos y magia en el intersticio

Updated: Dec 20, 2020


I. treinta y nueve: el inicio



“Porque los cuerpos también

reverdecen”

(“Aurora, sin exilios”

de Mayra Santos Febres).



Apalabrar mi paso a la cuarta década fue la intención inicial al momento de

trazar la primera parte de mi escrito publicado en octubre. Luego, entre tantas

cosas ocurriendo, obligarse al acto de la escritura se hace complicado, no por falta de ganas ni de necesidad del cuerpo hacia la creatividad, sino, más bien, por lo exhausta que se nos ha vuelto la vida en la aún sabida y continua pandemia. Vivimos hundidos en un mundo que nos atornilla por la falta de orden y destreza para la justicia humana, aunque ésta sea invento de las sociedades y se base en moralidades subjetivas para tratar de encontrarse cercano a lo que creemos sentido común. (Me dijeron hace poco, lo que me parece muy sabio, que es el menos común de los sentidos.)


El mes pasado crucé la entredécada y no escribí la segunda parte que pretendía, cual capricho de los tiempos que marcan nuestros cuerpos vivos. Qué antagonismos tan fuertes se experimentan en el intersticio de los treinta a los cuarenta. El cuerpo avisa que ya no es tan joven, pero la mente y el espíritu gritan lo contrario; parece una memoria extraña y autónoma de la especie, sin imaginarlo. El cuerpo dice que los dolores tienen primacía, pero dentro del pecho palpitan emociones de afanosa sed por el futuro.


En nuestra adolescencia, y en los tempranos veinte, somos todo corporalidad y sensaciones. Somos, sin más. Somos locura, tactos, cosquillas, exploraciones del mundo en el que nos permitimos desparramarnos en ese ardor curioso de la vida que nos produce la juventud. Se van develando las experiencias para crear, si se quiere, ese balance entre la realidad que nos da en la cara (biológica y social) y lo que nuestro cuerpo, nuestras emociones y actitudes, nos iban haciendo creer, incluso desde la niñez, sobre qué era lo cierto. Hay recovecos ilusos en la imaginación que nos embargan en esos días, en esos años. Llegan personas que nos jamaquean y otras que nos acarician y, mientras tanto, vivimos luchas con aires de ser eternas, entre odiarnos y amarnos, entre aceptar quiénes somos, y vamos descubriéndolo, aceptándolo, poco a poco, entramos en una tregua que nos permite vernos.


Somos esclavos de nuestros cuerpos, por los deseos, pero no de modo tan frenético como en esos años de adolescencia o, quizás, con un poco más de control. Tal vez no. Tomamos decisiones a pesar de presentir que nos van a hacer daño. Los consejos de los padres, de la familia, de los viejos o de los amigos y amigas que te quieren bien, los desafiamos porque nos da la gana, porque ya somos adultos –nos decimos en nuestros veinte con más frecuencia que en los treinta.


Y así, las etapas de la vida transcurren como daguerrotipos autónomos, imágenes visuales de quienes somos, nos paseamos, nos cuestionamos.


Louis Daguerre (1838),

"uno de los primeros daguerrotipos,

también consiguió capturar por

primera vez a una persona" (Vonne Lara).




II. Lo que vemos y lo que ven


Las persepectivas ideológicas

se hacen naturales a través de lo visual

(Roland Barthes).



Es extraño, pero siento que no es casualidad, sino que tocaba que fuese así, que el veinteveinte coincidiera con ese intersticio que marca el cuerpo por la edad, por el cambio a una nueva década de vida.


Presentía yo.


Afloración de instintos.


El veinteveinte vino cargado de miles de microinstantes que se hicieron contundentes en el tiempo.


Marcas que serán permanentes para todos y todas.


Cuando comenzó el año decidí retomar mi escritura. No que no lo hiciera, sino que me limitaba a redactar artículos y conferencias académicas, que igualmente disfruto llevar a cabo, pero que no es igual que dejar ser a las palabras y pensar cómo acomodarlas para acariciar diciendo, para despertar memorias y anclar verdades en almas anhelantes por la lectura de textos que les sirvan como espejos; para lo que sea.


Con mi primera entrada en este blog le comencé a dar forma a mi trabajo luego de tantos años. Escribí por la ansiedad que me causaba la situación de los terremotos. Rememoré por la sensación que tuve muy parecida a la que experimenté con el huracán María.


Las identidades nuestras se transforman, unas más que otras, y se diluyen por vertientes, ciertas veces raras, en las que no entendemos ni siquiera qué más somos. En ocasiones podemos percibir que llegamos a ser otras cosas por encima de lo que nosotros mismos vemos. Las miradas de los otros a veces nos ayudan a reconstruirnos y a dar nacimiento a nuevas identidades o quizás, más bien, a reconocerlas y nombrarlas, a distinguir las de los demás y a hacer propias las que sean necesarias; por supuesto, si son nuestras una vez nos son dadas.


Decía el filósofo francés Jacques Lacan (1900-1981) que en la formación de las subjetividades es primordial el papel que desempeña lo visual. Me parece atinado. Pero, por otra parte, me interesa la idea de no depender de lo que vemos, es decir, de eso visual, pues, al hacerlo nos dejamos guiar por nuestro inconsciente, o bien nuestros instintos; y comenzar a dudar de lo que creemos verdad. Se trata entonces de sospechar de lo visual, nos advertía George Bataille (1897-1962), otro pensandor francés.


Parafraseo a estos para llegar a un punto muy básico y pertinente en nuestra actualidad, sobre todo con respecto al papel de la mirada, de eso visual que indico. De ahí, coincido con la idea de otro francés, Jean Paul Sartre (1905-1980), en particular, sobre esa formación de las subjetividades que antes he dicho. Sartre nos dijo que la mirada es fundamental para la formación de éstas, es decir, reconocer que nos miran, que somos objetos de esa mirada externa a nosotros, nos avisa acerca de la existencia de otros modos de pensar, otras formas de ver el mundo, uno que hoy es pandémico y que se ve a través de distintos lentes. Miradas que leen.


Con las redes sociales hemos ido cambiando y transformándonos. Ahora, el acto de pensar a veces se nos tergiversa y se reemplaza por el reconocimiento de elementos nuevos de nuestras identidades, esa constituida por la mirada del Otro; es decir, “si el otro me percibe, entonces soy” (Sartre), –ese "soy" surge como otra identidad más, igualmente válida. Nos pensamos para el otro y acomodamos las palabras para los otros; para darnos a entender.


(No olvidemos las miradas colonizadoras que nos han formado.)


No hay debate alguno sobre que la situación en Puerto Rico y la de su gente quedó fuertemente marcada por el paso de Irma y María. Nuestras identidades, desde el dolor, se maleaban, trasmutaban al puertorriqueño y puertorriqueña que somos. Quienes estuvimos fuera de la isla sufrimos nuestro huracán de histeria, del daño y ver todo lo destruido, de la incertidumbre de no poder hacer nada por los nuestros; de no saber de la familia, de las respuestas ineptas del gobierno. Vivimos experiencias distintas y al mismo tiempo sentimos temores similares.


En ese primer escrito de este año tan inusual, palpé un inicio, un plan: obligar a esa Diana escritora, la que había pensado hacía ya como una década que a sus escritos les faltaba tanto, que se quedaba corta en los caminos de la academia y su formalidad, la que se excusaba con la falta de tiempo de lecturas deseadas para enriquecer y construir esos 'mis' hábitos de narradora y cronista, mi estilo, mi lugar en esa esfera identitaria como se supone que sean y hagan aquellos quienes son denominados escritores. Y no me refiero al debate de la existencia del talento o de la pericia de acomodar las palabras, sino de esa cosa que se siente muy propia, de eso que somos, otra vez, de nuestras subjetividades; de cómo las ansiedades me gritaban que escribiera y yo les respondía que no había tiempo, que mis identidades “mamá”, “estudiante doctoral” (en aquel momento) y “profesora” e “investigadora”, por supuesto, requerían prioridad. Y detrás de eso, otras tantas facetas que ser, en las que no había espacio para sentarse y dejar la creatividad fluir y que se apaciguaran las zozobras del cuerpo al escribir, como ungüento milagroso del alma. Magia.


En aquel momento, cuando dejé la escritura, esos choques de identidades no se entendían muy bien. Entre reconocer la(s) cultura(s) que practico y que soy, y las que me rodean, iniciaba una especie de mapa sin sospechar lo que me esperaba.


Ahora, en este caminar de mis cuarenta, que ha tocado simultáneo a la pandemia, en ese umbral, la escritora en mí me empezó a gritar para prevalecer entre las otras identidades que soy.




III. Twitter, vestido de domingo



Abrí una cuenta en Twitter en septiembre del año pasado para estar más informada luego del famoso verano19, mismo al que estuve muy pendiente pero a través de otras plataformas. A pesar de haber hecho esto para estar más informada ante los eventos que pudiesen ocurrir, fue muy poca mi interacción con esta red social ya que no la entendía del todo. Sin embargo, mi escritura y mi decisión de crear el blog fue lo que me llevó a darle otra oportunidad a Twitter. Pensé, más allá de estar alerta a lo que pasaba en la isla y de darme cuenta de lo eficiente que era saber sobre los terremotos u otras noticias a través de esta red, que también podía compartir mis escritos para llegarle a un público menos limitado como es el de Facebook.


Partiendo de la idea de estas transformaciones que pasan nuestras identidades, no cabe cuestionamiento alguno frente a cómo los sucesos de este año, además de cambiar la realidad de nuestras sociedades y del mundo en general, a nivel individual también estamos pasando por un proceso de mutación. O quizás soy yo, o tal vez sólo aquellos y aquellas que notan que hay que agarrarse de la "ola veinteveintenera" y transformarse al unísono con lo que va sucediendo en el planeta, como cualquier otro ser vivo más. Oponerse lo complica todo. Pienso que quienes se han resistido al cambio, han sentido frenos por las emociones negativas que se han ido albergando en sus cuerpos y sus ánimos. Reconozco igual que hay personas a las que les ha tocado muy fuerte, de frente, de cerca, de forma interna; el dolor ha vivido en sus pieles, en sus pechos, en sus identidades.


Otros hemos chocado con paredes menos duras, tal vez porque se deben a situaciones que se dieron en el pasar del tiempo, memorias o subjetividades, esas que experimentamos por capricho de nuestras vivencias y que en esta pandemia en alguna esquina parecen señalarnos para que las revisemos. Invitaciones a transfigurarnos. Creo que aquellos que por una u otra razón han entendido la nueva realidad y no la resisten, con miedo o sin éste, han iniciado ese viaje de metamorfosis que llevaría a un crecimiento personal marcado por la nueva mutante identidad que ha ido floreciendo en cada organismo a lo largo de este periodo pandémico global.


Pululo con estas ideas que pueden muy bien no ser ciertas, por supuesto.


Así, en este año, estoy segura de que la mayoría ha vivido el dolor, cada uno a su propia manera. Hemos sufrido en silencio o a viva voz, solos o acompañados, y algunos pasamos por procesos de autocrítica, de autoevaluación. Quien se ha contradicho al proceso, el camino se le ha hecho más lento o incomprensible.


Distintos grados de permutaciones, al fin de cuenta.


En este año, muchos lloramos. Muchos tratamos cosas innovadoras, actitudes nuevas, rutinas nuevas. Decidimos iniciar hábitos, tomar decisiones arriesgadas, otras no tanto, pero en fin, de esas que chocan con nuestras identidades.


En este año, a través de la escritura comenzó mi transformación. Uno de los primeros elementos que exploré fue ese reencuentro con la escritora que soy y que había dejado atrás. Fui entendiendo que el acto de escritura es una prioridad para mí, que no es una de esas cosas que se dejan guardadas en un armario sin tener las consecuencias de perder un poco eso que somos.


Andaba perdida y me encontré en esas letras que explicaban lo que sentí cuando el terremoto en la isla, y su conexión con el dolor que nos dejó María. De ahí, reconocí la importancia de otras tantas cosas que pensaba, que rememoraba y que vivía, que eran igualmente importantes en mi proceso creativo; y más adelante todo aquello que se daba frente a lo que se asomaba, sin ni siquiera imaginarme los niveles de desastre a los que llegaríamos en esta pandemia (y a los que lamentablemente llegaremos).


Si enumero este año como si fuera algo así como pulsos, como latidos de palabras, de emociones, de anidamientos, los describo y trato de darles forma concreta y rudimentaria con


inicios.

Incertidumbres abriendo veredas;

ideas.


Viaje que se repite en respuestas nuevas: escritura.


PANDEMIA [y lo que ya sabemos que conlleva]


Dificultades.

Enfrentamientos, verdades, aceptaciones;

caos social,

racismos,

gente que no quiere ver,

cuestionamientos que nos hacemos sobre lo que no entendemos.


Muchas respuestas sin preguntas, muchas más dudas que aclaraciones.


Reencuentros con quienes éramos y con esas partes del pasado que aún somos. Lo vemos a través de las interacciones con nuestras amistades, con los demás, con viejos conocimientos que se asoman, con buenas usanzas, y las no tan buenas;

alejamientos,

conversaciones.


Dar importancia a lo que de verdad la tiene:

es no mirar tanto la tapa del inodoro que nos molesta, incluso sabiendo que no resuelve nada (nos dijo Vicky).


Lágrimas.

Dolor.

Decidir mirar verdades.

Volatilidad.

Dejarse ser.

Aceptar.


Abrirse a lo que el mundo nos ha dado.


Gritar.


Y de momento, lo inesperado. La magia.


Instintos.


Frente al latir o pulsar decidimos bregar, como se hace en el Caribe y de acuerdo con lo que dice Arcadio Díaz Quiñones en su libro, al bregar tomamos "la palabra, y [es] un modo de actuar que a menudo nos lleva a la duplicación o a las duplicidades" (El arte de bregar 49): esas son nuestras identidades.


Escrituras que, con un efecto en cadena, me trajeron 'aquello' que parece ser lo que esperaba; para lo que le había vociferado a la vida semanas antes que ya estaba preparada. –Aquello hace trueque con quien.

Las magias llegaron quizás para quedarse. Quienes las reconocieron y no las resistieron, les valdrán la pena sus respectivas metamorfosis por abrirse al cambio.


Las magias que se reciben con actitud abierta nos reverdecen. Somos naturaleza. Como los árboles en el invierno esperan secos que pase el frío, igual nuestros cuerpos están prestos a la primavera.



Es la primera vez en los casi 14 años que llevo viviendo en los Estados Unidos que siento un ambiente tan cargado, entre hostilidad e incertidumbre, como en la espera de que algo grande se acerca.


En este veinteveinte en general el ambiente ha sido fuerte, de impulsos, de pasiones, corajes y alegrías en batallas internas y externas.


En el Estados Unidos de hoy, en Puerto Rico, en el planeta, en este estar en medio de la pandemia, nos encontramos pendidos todos ante los distintos desconciertos. Trato cada día de dejar el caos afuera de mi cuerpo, insisto en mirarlo, estudiarlo y dejarme pasear por un proceso de reconocimientos.


El mundo se metamorfosea ante nuestros ojos, ante nuestra mirada y la de los Otros.


Construimos nuevas verdades a raíz del cambio, y quiero creer que al final será para bien. Me dejo fluir con la humildad y la pasividad de la naturaleza, de la existencia misma de los seres vivos en las estaciones del año.


Ésa puede ser la salida, reverde[S]er constantemente.




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