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 encuentro con mi escritura

Soy puertorriqueña,  profesora de español, literatura y cultura caribeña y latinoamericana. Soy madre, educadora y activista, lo cual impulsa mi escritura creativa y profesional. Soy escritora, siempre en (trans)formación. Tengo una especialidad doctoral en las teorías de identidad cultural pancaribeña y la posmodernidad en la literatura ensayística y narrativa antillana del siglo XX.

Detuve mi desarrrollo en la escritura por casi una década, pero luego de retomarla en enero de 2020, hoy, respiro mejor. Este blog tiene la intención de lograr una meta establecida hace mucho tiempo. Manos a la obra.

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  • Writer's pictureDiana Grullón García

"Un año que viene y otro que se va"


"Si sobrevives,

si persistes, canta,

sueña, emborráchate.

Es el tiempo del frío: ama,

apresúrate. El viento de las horas

barre las calles, los caminos.

Los árboles esperan: tú no esperes,

éste es el tiempo de vivir, el único."

("Si sobrevives" de Jaime Sabines)


Muchos, ilusos, y aunque sepamos que no es cierto, pensamos que al terminar el veinteveinte todos los horrores del año, incluyendo por supuesto la pandemia, concluirán. Creemos que el nuevo año trazará una línea imaginaria entre lo que hemos vivido y lo que traerá el veinte21. Pero no olvidemos que la forma en que medimos el tiempo, los días, los meses, los años, depende de lo creado por el ser humano. Así que nuestra forma de verlo se limita, en el caso de occidente, a algo que viene desde los tiempos del imperio romano (se instaura en el siglo XVI). La existencia de esta forma de medir el tiempo, sin embargo, no muestra que no existe tal separación temporal.


Sería quimérico pensar que al cruzar el umbral hacia el próximo año las cosas comenzarán a apaciguarse, a mejorar como por arte de magia. Pero habría que preguntarnos si las condiciones están para que eso sucediese, más allá de una permutación fortuita de un año a otro. Cierto es que aún así sentimos que cerramos ciclos y que nacen otros. Nos creemos que las promesas que nos hacemos al inicio de cada año son medibles en doce meses sin darnos cuenta de que eso es receta para presiones, fracasos e innecesarias batallas. Marcamos con frecuencia nuestro pasar por el tiempo considerando los eventos que vivimos y no relacionándolos con la manera en que llevamos un calendario. Es decir, cuando se toman decisiones casi nunca tienen que ver con el día en el que suceden, sino de cuándo las condiciones se dan, estemos o no preparados.


A veces, sentir vacíos en la vida es parte del trayecto que hay que pasar para entender las cosas que nos van sucediendo, para poner distancias, para aclarar verdades y emociones inventadas que al pasar del tiempo se trastocan con las experiencias nuevas que van surgiendo, las que nos ayudan a lograr la tan ansiada calma. Sosiego necesario para enfilarnos en una travesía de autoconocimiento, de admitir esos instantes en que somos más auténticos que nunca, en que la serenidad dicta las elucubraciones de nuestra mente y salen a relucir los balances de nuestra naturaleza.


Somos cual ramas secas en el invierno que esperan la acaricia de la brisa fría para sentirse vivas. Unas que ven a otras desplomándose al suelo marcando su caída con un estruendo para saber que toca esperar, en calma, seguir firme y fuerte, soportando los vientos con entereza, o quizás sea el frío de la nieve que se posa sobre éstas para ejercer presión, para hacerles demarcar su fragilidad. Y al final, quedan las que perduran, son aquellas que comienzan a sentir el aire tibio de la primavera, a palparse y a dar vida.


Los anhelos del nuevo año son los deseos de sentirnos vivos. Sin olvidar que necesitamos las fuerzas externas para ello, para reconocernos, para saber que no estamos solos y que nos entendemos a través de ese corriente transcurso del pasar del tiempo.





¿Y por qué tratar de entendernos a través de alegorías o metáforas?

¿Acaso por nuestra condición en este mundo que nos ata y nos conecta con el todo del planeta, de la vida y de su proceso en esos lapsos temporales?


 

Así somos, fragmentos sueltos en este mundo influido por el paso del tiempo y sus inclemencias, por el contacto con los otros, por vernos en espejos no pedidos ni buscados; entendernos a través de lo que vivimos, de ver a los demás en caminos similares a los nuestros, aún cuando se reconoce que jamás otros sentirán como sentimos.


Se trata de la senda natural de quienes estamos aquí, de paso. Dicho de otro modo, todos seguimos en un vaivenear imparable que nos lleva por una especie de montaña rusa con giros inexplicables, pero lógicos. Angustias desbordadas por tratar de entender las cosas desde un solo matiz, pero no nos damos cuenta de que la única forma de hacerlo es demarcando límites, proponer transformaciones y aceptarlas. No se sale de algo que nos marca así no más. Sabemos que nos cuesta, que conlleva tiempo entender el frío, el calor, las olas, el viento, las ramas que se mueven una y otra vez verdes en el verano; o en el trópico todo el año, pero igual demarcan maleabilidades.

 

Estamos de paso en la vida de los demás. Puntualizar la importancia de eso nos hace avanzar, nos hace crecer. Considerar que no hay nada más valioso que sentir la tranquilidad de que quien soy se fortalece a través de tales reconocimientos, de que quien soy no depende de un estar ni de ilusiones breves que no significan mucho más que simplemente eso: un fragmento de tiempo, un espacio para aprender y crecer, una verdad a medias.


Lo que siempre continúa con certeza es uno mismo, aunque a veces se oculte.

A la larga lo sabemos, eso es lo que en realidad importa.






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